sábado, 13 de diciembre de 2014

El ego del escritor

@Bombicharmer

  A todos nos gusta que lo que hacemos se nos reconozca. Partiendo de esa base, tan de perogrullo, no debería extrañar a nadie que, quienes escriben, lo hagan con la esperanza de que su obra sea reconocida como buena. Y eso como mínimo.
  Tampoco ha de causar extrañeza que se alegren cuando alguien elogia lo que han escrito, ni que lo cuelguen para compartirlo en las redes, ese lugar de encuentro y encontronazos tan popular donde todos luchamos por hacernos un sitio. Siempre en busca de ese reconocimiento y, en ocasiones, algo más.
  Pero no me quiero adelantar al guión que me he establecido yo mismo. Primero quiero humanizar a los escritores. Y es que todo tiene una explicación si comenzamos por verles como son, humanos. Con sus defectos y sus virtudes. Aunque algunos dirían que no son humanos cualquiera por su creatividad, sensibilidad y capacidad para transmitir esas
sensaciones y sentimientos.
  ¿Pero es que hay humanos cualquiera? Porque la sola idea de que alguien lo piense, y sé que sí, me parece aterradora. Y es que el ser humano, por definición, es proclive a sentirse especial cuando destaca de los demás por el motivo que sea. Y ese destacarse de lo vulgar es algo que lleva a muchos a apuntarse al carro de juntar letras (y otros caracteres, que no solo de letras vive el escritor). Sentirse así partícipe de una élite singular y alejada de la rústica realidad de lo mundano y ordinario. Aguardando que los lectores de sus novelas terminen por construir para sí el merecido altar donde merecen descansar las obras que tanto trabajo (y tiempo) les ha robado a sus vidas.
  Es, de esa forma, que algunos terminan visualizando ese altar en forma de comentarios, ventas y reconocimiento por parte de los colegas y los lectores.
  Y el ego crece.
  Pero el ego no es exclusivo de quienes escriben, sino algo general en el ser humano, tan común como puede ser el que entren ganas de comer palomitas cuando captas el olor a la entrada del cine, aunque lleves años sin comerlas. Vamos, más o menos.
  Y llega el momento en el que te tiras un pedo en las redes sociales y tienes doscientos "me gusta" o "retwitts". Que dices !ay! y todos te dicen que cuánta razón tienes.
  Y el ego crece.
  Pero claro, nadie admite que es eso lo que busca cuando escribe, disfrazando de inquietud altruista el digno oficio de juntar letras, de generosidad espiritual el transmitir historias, simulando un "yo lo hago a cambio de nada, solo porque me gusta hacerlo". Y es que lo normal debe ser eso, que emplee horas y horas de trabajo haciendo algo a cambio de nada.
  No hace mucho comenté que, a la mayoría, nos mueve algún tipo de interés cuando damos algo, y lo sigo pensando. Quizá lo más desinteresado del ser humano sea el amor y, aún así, termina muriendo cuando no es recompensado, por no decir que podemos llegar a amar más por la necesidad que tengamos de la otra persona. Pero, en fin, ya me estoy yendo otra vez por los cerros de Úbeda.
  El caso es que una escritora me dijo que lo llamara más bien inquietud y no interés. No quise contestarla, pero pensé que como disfraz quedaba hasta bonito, aunque no real, ni creíble. Pensé que su ego podría verse afectado y no pretendía polemizar.
  Existe la búsqueda, no siempre voluntaria, de alimentar la propia imagen que proyectamos con aquello que hacemos, y eso se llama ego. Un monstruo a quien cuesta alimentar cuanto más grande se hace. Y os puedo asegurar que a algunos escritores se les ha ido la mano dándoles alimento.
  Algunos llegan a exigir que les des la razón cuando hablan, amenazan a blogur@s si la reseña de su obra no es lo positiva que esperaban y que terminan por considerar natural que se les vea por encima del resto de los mortales. Porque no son personas cualquiera.
  Y es que, para ellos y ellas, el mundo sí está repleto de humanos cualquiera.
  He dicho.

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Completamente de acuerdo. Todos los escritores somos vanidosos. Pero esa vanidad es, en el fondo, inseguridad; pues, si alguien se sintiera a gusto consigo mismo, no necesitaría que le recordaran su valor. Cuando esto ocurre, es porque esa persona -ese escritor, pero podría ser un pintor, un futbolista o cualquier otra persona- no confía en sí misma, y necesita oírlo de los demás.

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  2. Muy bueno este artículo acerca del ego de los escritores y es cierto que también está presente en ellos como en la mayoría de los humanos. A propósito de esto hace poco escribí un comentario acerca de lo que debe motivarnos a escribir ficción. Si se escribe por el puro hecho de ver nuestros escritos publicados, comentados y alabados, entonces la vida del escritor está dominada por el ego; pero cuando se escribe por necesidad de expresión y comunicación y por el impulso casi inconsciente de contar historias, aquí las cosas podrían ser muy diferentes. No dudo que hay escritores o aspirantes a los que les importa poco la opinión de otros acerca de sus escritos, incluso la opinión de la crítica especializada. En este caso el impulso para escribir nace de un lugar más alejado del mundo y de sus azares, o tal vez es el ego a su máxima potencia, quién sabe.

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