domingo, 25 de enero de 2015

Lo que los cómics no nos cuentan

 Érase una vez un lobo bueno cuyo pelo rojo era objeto de deseo de una niña mala que lo quería para hacerse una capucha. La pequeña le perseguía por el bosques sin miramiento alguno, armada con una daga curva que le había regalado su hermano Aladdin. 
 El pobre lobo. agotado, intentó refugiarse en una casa construida con azúcar. En su interior halló a dos hermanos que, en ese momento, se encontraban dándose un banquete con los sesos de siete enanitos, a los que antes engordaron con azúcar de caña, porque eran estreñidos y les gustaba la fibra. Éstos, de tanto comer cerebros, se habían vuelto zombis inteligentes y lograron engañar al pobre lobo para que entrara en una celda con barrotes de adamantium.
 Mientras tanto, la niña (que era vikinga y bruja mala) se transformó en viejecita entrañable para engañar a los hermanos y poder acceder a la pelambrera del desdichado canino.
 Pero los zombis resultaron ser demasiado inteligentes y calaron a la niña malvada, por lo que ella decidió transformarse en dulce princesa mas, al coserse el vestido, que venía con defecto en el conjuro, se pinchó con la aguja de una rueca y se durmió, pues se volvió más vaga que el logopeda de un presidente del gobierno.
 Fue entonces cuando apareció un príncipe encantador y pervertido que, al verla dormida e indefensa, le tocó el pecho izquierdo y se transformó en sapo.
 El sapo se fue dando saltitos hasta colarse por unos barrotes en la celda del lobo que, aunque bueno, tenía hambre, pues no podía comer azúcar de caña por ser diabético, lo que cabreaba mucho a los zombis. El lobo, con todo su pesar, se comió al sapo sin saber que, en realidad, era un príncipe. El encantamiento se rompió y el lobo se convirtió en hombre, arrancó los barrotes de la celda y se los colocó en las manos, convirtiéndose en Wolverine.
 Éste, y no otro, es el verdadero origen de los X-men. 

@Bombicharmer