viernes, 30 de diciembre de 2016

Los dos mundos


                                                       Los dos mundos


  Un enorme andén de una gran estación de tren. Y a sus costados dos escaleras mecánicas por las que bajan sendas mujeres alejadas en el espacio.
  Natividad tiene 51 años y a duras penas logra enjugar el sabor de la pérdida, cuyo sabor amarga más de lo que logra asumir. El abandono de la persona amada durante toda una vida, cuando ella suponía que la felicidad se había instalado para siempre en el hogar. Segura, como estaba, de que era correspondida. De que la vida le había otorgado un soporte sólido en el que llegar a la vejez.
  Todo ello mancillado ahora por el desamparo más absoluto. Por el oscuro retorno de una tristeza ya olvidada, en el que la imagen del ser amado duele cada vez con mayor fuerza.
  Quizá no sea el perfume de la pérdida lo que más duele, sino la mezcla de olores que proporcionan la traición y la soledad. La combinación que proporcionan, capaz de enterrar las ganas de vivir, sin la esperanza de despertar un día de la pesadilla. De huir de sí misma y el estado depresivo que  amenaza con la zozobra final. ¿Algún día volveré a sonreír con sinceridad? Se pregunta cada mañana al ver la imagen de su derrota en el espejo.
  María sonríe a la vida, pues ni las nubes más negras logran impedir que sienta la luz del sol en sus ojos. La felicidad, merecida tras tantos años en su persecución, ha llegado cargada de amor y sosiego. Pronto cumplirá los 47 , cargados de esperanza e ilusión. La vida le ha proporcionado el mayor de los anhelos. Estabilidad para un corazón que creía roto por siempre, un espíritu renovado, una mente a la que debe reprimir sus ansias por cantar ante todos la confianza que le debe a la vida.
  Porque ya había perdido esa esperanza. Porque la vida se había convertido en un deambular sin rumbo, donde cada rostro, cada palabra, cada gesto parecían ser iguales. Donde no existía más que el grisáceo infortunio en el que se instalan el aburrimiento y la monótona soledad. Donde la ilusión suena a ilusión. A utopía.
  Y siente que ha despertado de la pesadilla con su nuevo amor. Aquel que transporta la luz de la felicidad y que la ha depositado sobre ella.
  Ambas coinciden a escasos metros en el andén sin percatarse la una de la otra. Inmersas en sus mundos.
  Dos mujeres, dos mundos y un solo hombre.


@Bombicharmer

viernes, 23 de diciembre de 2016

Lluvia negra


                                                  Lluvia negra

                                         Adrián González de Luis


    

   La noche no invitaba a caminar. Una lluvia terca e insistente se empeñaba en maltratar a aquellos que lo hacían, y las noticias sobre ataques a mujeres y desapariciones misteriosas en la zona mantenían las calles aún más vacías que de costumbre.
  Fue entonces cuando te vi a lo lejos, enfundada en tu anorak, con paso acelerado y mirando de soslayo tras de ti. A unos cincuenta metros por detrás un hombre caminaba a paso vivo. Observé como acelerabas el paso cuanto te permitían los finos tacones de tus zapatos, nerviosa. Sentí como el miedo dirigía cada uno de tus movimientos. Ya, cerca del portal donde me encontraba refugiado, intentaste sacar algo de tu bolso. La urgencia hizo que el teléfono móvil se te cayera, rebotando contra el suelo y yendo a parar justo a mis pies. Hubiera sido una gran falta de educación por mi parte no recogerlo.

    • Tome señorita. Parece que va un poco sofocada.
    • ¿Puede ayudarme, por favor? Creo que alguien me sigue.
  
  Tu mirada azul celeste reflejaba la angustia más aún que la voz con que me lo pedías. Fue imposible negarse a tal petición, e hice que me siguieras por la primera calle estrecha que encontramos a la derecha. No me importó empaparme de agua, mientras tu mano asía la mía con fuerza y corríamos chapoteando los charcos de la acera. Miré hacia atrás y vislumbré a nuestro perseguidor acelerar el paso al girar la esquina. Estaba claro que nos seguía.
  No encontramos comercio abierto por aquella calle, lo que dificultaba más las cosas y comencé a notar como te agotabas. El esfuerzo, la lluvia y el frío hacían mella en tu frágil físico y procuré esconderte tras la valla de un pequeña obra, esperando que la rafia negra nos cubriera del hombre que nos perseguía.
  Fueron cuarenta segundos que parecieron minutos, mientras permanecíamos agazapados, escuchando la furia del agua al caer, calados hasta los huesos, rezando para que aquel hombre pasara de largo.
  No lo hizo y, finalmente, la valla se abrió con estrépito y supe que no me quedaba más remedio que enfrentarme a él. Cargué con todas mis fuerzas, pero estaba prevenido y logró esquivarme con facilidad, propinándome un buen golpe en la nuca. Caí de boca contra el suelo mojado. Sentí como se echaba encima mío y me inmovilizaba. 
  De repente, la presa aflojó y su peso me aplastó contra las baldosas sucias. Pude verte blandiendo una pala, respirando con dificultad y entendí lo que acababa de pasar.
  Con un esfuerzo me lo quité de encima y tú soltaste la pala, te dejaste caer sobre las rodillas y comenzaste a llorar. Me incorporé frente a ti. Tenía algo que decirte. La oscuridad de la obra hacía que el agua de tu rostro pareciera más oscuro, ocultando todo salvo tus ojos azules.

    • Ha estado cerca.
    • Sí.
    • Creo que he de darte las gracias. Ese policía casi me pilla.


  Tardaste unos segundos en entender mis palabras. Demasiados. Ahogué tu grito antes de que se produjera, mientras asimilabas que acababas de sacrificar a tu salvador.
@Bombicharmer

domingo, 11 de diciembre de 2016

Por ellos


                                      Por ellos
                                                                             Adrián González de Luis


La mente de Gonzalo bullía golpeada casi siempre por las mismas palabras del padre al que apenas recordaba. Ni una sonrisa, ni un abrazo cálido, ni un sacrificio por la felicidad de su hijo.
  • Tú mataste a tu madre.”

Palabras que retumbarían en la mente de Gonzalo cada día de su vida, persiguiéndole sin posibilidad de escapatoria. Grabadas a fuego en la memoria. En torno a las que giraban los recuerdos de niño que aún era.

  • Tú mataste a tu madre.”

De forma cansina se lo recordaba cada poco tiempo, mientras el muchacho rumiaba la culpa en la que viajaba montado cada día. Culpa que había intentado compensar siendo el hijo modelo que un padre hubiera soñado, colaborando en casa, guardando silencio sin pedir nada para él y destacando en los estudios.
De alguna forma, y a sus trece años, había adoptado la amargura del progenitor como suya y guardaba pocos amigos. Nadie se metía con él en el instituto, pero su lejanía le hacía un chico poco cercano y taciturno. Así era su vida.
El viento olía a pino viejo, a monte en el borde del abismo de roca en el que se encontraba; pero también a soledad, pérdida y remordimiento. Amaba a su padre, que le había criado, cuidado en los momentos de enfermedad y proporcionado todo lo que necesitaba para crecer. Le amaba a pesar de la falta de cariño, del aparente desprecio con el que le trataba a veces y de aquellas palabras que tanto le dolían.

  • Tú mataste a tu madre.”

También a ella la amaba, aunque no la pudiera recordar. La que murió al nacer Gonzalo, de la que no había fotografías en casa. Pero el niño guardaba la sonrisa de una vieja imagen que sí pudo coger del hogar de la abuela. Era bella, posiblemente única, y por eso comprendía más al padre.
Fue el amor el que empujó al chico a hacer lo que hizo. El cuerpo de su progenitor yacía más allá de donde alcanzaba su vista. En el fondo del precipicio. El amor por la mujer de la fotografía, por aquel hombre triste y, a veces, cruel. Fue el amor el que movió sus brazos empujando la tristeza al barranco, provocando el reencuentro de los dos enamorados y compensando así el primer y fatal acto cometido en su vida.
Por amor a su padre. Por amor a su madre. Por ellos.

@Bombicharmer

martes, 31 de mayo de 2016

Añoranza


                                             Añoranza
 
  Las obligaciones de ser un príncipe me agobian. Me hicieron así y soy encantador. Atiendo mis obligaciones ante el vulgo, adoro y cortejo con amabilidad a la princesa, soy un extraordinario cazador y mi porte es tan apuesto como desearía para sí cualquier hombre.
  Sin embargo no soy feliz. La multitud me turba con sus halagos, las grandes fiestas me angustian más que reconfortarme y la vida en palacio me causa claustrofobia.
  Odio los fastuosos ropajes en los que voy embutido. Ni siquiera los escojo yo. A veces me gustaría salir corriendo y esconderme en el campo, cerca del agua, y allí escuchar el sonido relajante de la naturaleza, el chapoteo de los peces y ver volar los pájaros a lo lejos. Sentir el olor del verde y los colores del silencio. Ellos me lo impiden y me obligan ser alguien maravillosos. Tampoco yo lo puedo evitar. Soy como soy, como me hicieron. Una mentira a medida de una princesa, de un sueño de cuento.
  Y todo por un beso.
  Siempre fui confiado, y mis padres me lo decían. No confíes en la sonrisa de las mujeres ni en su belleza. Su visión te puede turbar y hacer que desees el contacto con la suave piel de su mano, pero sus labios te atraparán para siempre.
  Una mañana se cumplieron los más negros augurios y hoy lo pago con mi tristeza escondida.       Atrapado en mi propia sonrisa forzada, en una vida dirigida por el
encantamiento de su belleza, de sus jugosos labios. Ahogo mi frustración tras una fachada encantadora con el deseo oculto por recuperar mi antigua vida, pero sin atisbar ni de lejos tal posibilidad.
  ¿Cómo revertir aquel beso que me atrapó? ¿Acaso podría volver a vivir aquel día?
  Forma parte de mis sueños, pero la realidad me recuerda que los deseos ajenos han pesado más en mi destino que los míos. Por confiar en una sonrisa cautivadora. En el suave tacto de su mano. Por dejar que sus labios me besaran.
  Ahora añoro mi charca, mi nenúfar. Maldita vida principesca. Yo era una rana feliz.

@Bombicharmer
Bombicharmer

lunes, 23 de mayo de 2016

Momentos


                                                         Momentos

   

  A pesar del destino y las circunstancias, algo en mi interior consigue que me concentre en el momento. Es él lo que importa y no lo por venir. La brisa agradable, la virgen oscuridad tardía y el aroma del tomillo inundan cuanto de mí persiste, como si la manifestación de la naturaleza tuviera la facultad de ralentizar el tiempo, de convertir en infinito lo que siempre ha sido efímero.
  Un momento, el momento, mágico y trivial, reverente e intranscendente, trágico y sentimental. Permanezco en él, abrazado a la eternidad como el destello del lucero que anuncia la primera luz del día. Un destello en cuyo tiempo nada de lo que es existía, pero que cuyo destino siento mío. Todo es irrelevante excepto el instante, tan nuevo como la flor de la mañana, como la estrella que nacerá en algún lugar del vasto firmamento. Siento mi propio nacimiento a una realidad que desconocía, pero que acojo con esa calma que otorga felicidad.
  Así emprendo el viaje, sereno y confiado de lo que me espera en su destino. Sin rencores del pasado, ni recuerdos que torturen, pues ya recibí el perdón por mi ignorancia. La acusadora conciencia decidió otorgarme la gracia de absolverme. Ya nada me señala o, al menos, nada que me importe, porque me he perdonado a mí mismo. He comprendido que la realidad se encierra en la percepción de quien la vive; como la belleza, más presente en los ojos de quien la contempla que en el objeto admirado. Así es la vida, nuestro mayor viaje, nuestra irremediable realidad.
  Un momento da paso a otro, pues aunque su intensidad prevalezca nunca es eterno. Mi sendero apunta hacia el Este, cuna del día que vuelve fiel a su cita, como un retoño que nos recuerda lo efímero de la oscuridad. Desde el que los primeros rayos del amanecer desgarran poderosos las tinieblas, impotentes ante su empuje. Es allí donde nace la nueva oportunidad, no como algo más por lo que pasar, sino como una puerta que se abre a un futuro cuyo encanto reside en cómo lo percibimos.
  Porque la vida se vive como se interpreta.
  Y yo hoy interpreto el momento. La belleza incombustible del azafranado astro, amo de un cielo cambiante y colorido. El perfume de la flor del naranjo, el trino de las aves que dan la bienvenida al día, el calor de las primeras luces. Nada es más importante. Es mi regalo por transitar este viaje, producto de un pasado que se me hace lejano, extraño, como de otra vida.
  Y sonrío. El hombre que viaja a mi lado no entiende esa sonrisa. Percibo cómo aparta la mirada, cargada de un desconcierto que comprendo, pues una vez fue mío. Siento la tentación de explicarle mi descubrimiento, la relevancia del instante, la felicidad encerrada en la calma, en la paz.
  Y el viaje concluye, como todo lo que posee un inicio. El amanecer se hace más vigoroso, recio, dominador del momento. Subo cada escalón del patíbulo sintiendo las sombras que manifiestan que ha llegado. Es el instante final, mas no como lo esperaba, porque soy otro. Veo de otra forma.
  Siento la soga alrededor de mi cuello, pero el destino ha fijado que pueda contemplar el sol naciente durante mis últimos segundos. Mi verdugo intenta colocarme la capucha.
-       No.
  Me mira indeciso. Vuelvo a sonreírle y él aparta la mirada un instante.
-       Por favor, no me robes el momento.
  Es cuanto me queda. Otro momento. Amanece. El viaje concluye.

                                                                   FIN
@Bombicharmer