martes, 10 de marzo de 2020

Sentidos


                                     
                                     SENTIDOS



Los sentidos, esa puerta por el que nuestro ser enlaza con la realidad. El nexo de unión entre la existencia y nuestra percepción de lo que nos rodea. Que se manejan de manera simple y lineal, como si tan solo nos mostraran lo que ellos pretenden, porque ver, hablar, oír, tocar y oler solo es ver, hablar, oír, tocar y oler.
¿O quizá no?
¿Quién no ha escuchado nunca una mirada? Pues sabemos que éstas hablan desde la ira, la tristeza, la nostalgia o la alegría. Y siempre con voz nítida, imposible de confundir más allá de la falsedad que las palabras esconden muchas veces.
¿Y las mismas palabras? ¿Nunca has visto con tus ojos como caían de los labios de alguien sin ser dichas, mientras esperaban el soplo de valor que las pronunciara y que nunca llegó? Porque el verbo a veces se desploma víctima de quien no halla jamás su momento.
¿Jamás has olido el odio en una persona? El aroma a resquemor que corre alrededor de quienes no entienden que otras ideologías son posibles, otras creencias legítimas u otras culturas ricas en enseñanzas. Fragancia que recorre el aire y amenaza con infectar a quienes la perciben.
¿Nunca has mencionado a nadie a quien amabas sin palabras? Con la llamada del corazón, cuando se arriesga a perder su significado de expresarse con nuestra lengua, porque el lenguaje muestra más poder cuando se oculta en gestos que terminan siendo inmortales.
¿Jamás has acariciado el nuevo día sin necesidad de estar en ninguna parte? En ocasiones no importa el lugar, tan solo sentir en el alma que ese camino es el tuyo, porque es al que la vida te ha llevado en ese instante. Sin pretensiones sobre errores, desgracias ni momentos felices, y sabiendo que no renunciarás al momento.
Eso son los sentidos. Mucho más que ver, hablar, oír, tocar y oler. Utilizarlos en todas sus formas es vivir.
@Bombicharmer

martes, 17 de enero de 2017

La mirada del gigante

                                                   La mirada del gigante

  El tiempo de la cosecha se echó encima sin que nadie lo advirtiera. El clima no había ayudado y los ánimos no eran los de épocas pasadas. Mi padre y yo observábamos las escasas fanegas que poseíamos sin atrevernos a entrar en ellas, como si de esa forma tuviéramos ocasión de evitar el disgusto de comprobar el desastre.
  Las tormentas, fuera de tiempo, mantenían anegada la tierra desde hacía semanas, y mi padre había renunciado hacía más aún a visitarla, dando por muerta la cosecha de aquel año. Yo, que apenas contaba con once años por aquel entonces, advertía de reojo sus nudillos blancos mientras apretaba con fuerza la vara que utilizaba de apoyo. Conteniendo la frustración, con gesto determinado, erguido ante la desolación. Como el invencible gigante que era para mí, aguardaba las primeras luces del alba, quizá esperando que el cenagoso terreno pudiera desvelarle algo más que lo que esperaba ver.
  Giró la cabeza despacio para fijar los ojos en el chiquillo que tenía al lado. No sé cómo, pero aguanté su mirada sin pestañear, advirtiendo en ella el paso de toda una vida repleta de lecciones imborrables para la memoria. Una mirada que transmitía cuanto pudiera decir con palabras en una ocasión como aquella. Una mirada que me decía que aquello no era más que una lección más de la vida, que el creador nos forjaba a base de esfuerzo y que un hombre debía estar preparado para recibir cualquier revés que le alcanzara. La sostuve y supe que me aprobaba. Un fulgor disimulado indicaba el sentimiento de orgullo que el gigante sentía tras examinarme.
  Y me adentré en el fango, como quien camina hacia el peligro sin escuchar al miedo que susurra. Como quien se siente triunfador a pesar de la derrota, sabiendo que siempre existirán otras oportunidades en las que alzar los brazos. Impulsado por la fe en la expresión del gigante y decidido a encarar la peor de las realidades.
  Me detuve en seco tras avanzar unos pasos sin creer del todo lo que mis ojos veían. Una gran isla, invisible desde el borde de la parcela, se erguía solitaria y rebelde libre de agua. Dos riachuelos la bordeaban aislándola del resto de la ciénaga. Ocupaba más de una tercera parte de nuestra cosecha y, aunque visiblemente castigada, resistía a la devastación.
  Quise volverme y gritar la buena nueva a mi padre, pero él ya se encontraba a mi lado vislumbrando el milagro. No dijo nada, mostrando tan solo una mueca de aprobación en dirección a mis piernas, inmersas en el barro hasta las pantorrillas.
  Han pasado treinta años y, aún hoy, recuerdo aquella lección sin palabras. Para el gigante, lo importante de aquel día fue que caminara por el barro, buscando aunque no esperara encontrar. Porque la esperanza no acude a ti si no crees en ella. Porque no avanzar es morir de forma lenta.

@Bombicharmer

viernes, 30 de diciembre de 2016

Los dos mundos


                                                       Los dos mundos


  Un enorme andén de una gran estación de tren. Y a sus costados dos escaleras mecánicas por las que bajan sendas mujeres alejadas en el espacio.
  Natividad tiene 51 años y a duras penas logra enjugar el sabor de la pérdida, cuyo sabor amarga más de lo que logra asumir. El abandono de la persona amada durante toda una vida, cuando ella suponía que la felicidad se había instalado para siempre en el hogar. Segura, como estaba, de que era correspondida. De que la vida le había otorgado un soporte sólido en el que llegar a la vejez.
  Todo ello mancillado ahora por el desamparo más absoluto. Por el oscuro retorno de una tristeza ya olvidada, en el que la imagen del ser amado duele cada vez con mayor fuerza.
  Quizá no sea el perfume de la pérdida lo que más duele, sino la mezcla de olores que proporcionan la traición y la soledad. La combinación que proporcionan, capaz de enterrar las ganas de vivir, sin la esperanza de despertar un día de la pesadilla. De huir de sí misma y el estado depresivo que  amenaza con la zozobra final. ¿Algún día volveré a sonreír con sinceridad? Se pregunta cada mañana al ver la imagen de su derrota en el espejo.
  María sonríe a la vida, pues ni las nubes más negras logran impedir que sienta la luz del sol en sus ojos. La felicidad, merecida tras tantos años en su persecución, ha llegado cargada de amor y sosiego. Pronto cumplirá los 47 , cargados de esperanza e ilusión. La vida le ha proporcionado el mayor de los anhelos. Estabilidad para un corazón que creía roto por siempre, un espíritu renovado, una mente a la que debe reprimir sus ansias por cantar ante todos la confianza que le debe a la vida.
  Porque ya había perdido esa esperanza. Porque la vida se había convertido en un deambular sin rumbo, donde cada rostro, cada palabra, cada gesto parecían ser iguales. Donde no existía más que el grisáceo infortunio en el que se instalan el aburrimiento y la monótona soledad. Donde la ilusión suena a ilusión. A utopía.
  Y siente que ha despertado de la pesadilla con su nuevo amor. Aquel que transporta la luz de la felicidad y que la ha depositado sobre ella.
  Ambas coinciden a escasos metros en el andén sin percatarse la una de la otra. Inmersas en sus mundos.
  Dos mujeres, dos mundos y un solo hombre.


@Bombicharmer

viernes, 23 de diciembre de 2016

Lluvia negra


                                                  Lluvia negra

                                         Adrián González de Luis


    

   La noche no invitaba a caminar. Una lluvia terca e insistente se empeñaba en maltratar a aquellos que lo hacían, y las noticias sobre ataques a mujeres y desapariciones misteriosas en la zona mantenían las calles aún más vacías que de costumbre.
  Fue entonces cuando te vi a lo lejos, enfundada en tu anorak, con paso acelerado y mirando de soslayo tras de ti. A unos cincuenta metros por detrás un hombre caminaba a paso vivo. Observé como acelerabas el paso cuanto te permitían los finos tacones de tus zapatos, nerviosa. Sentí como el miedo dirigía cada uno de tus movimientos. Ya, cerca del portal donde me encontraba refugiado, intentaste sacar algo de tu bolso. La urgencia hizo que el teléfono móvil se te cayera, rebotando contra el suelo y yendo a parar justo a mis pies. Hubiera sido una gran falta de educación por mi parte no recogerlo.

    • Tome señorita. Parece que va un poco sofocada.
    • ¿Puede ayudarme, por favor? Creo que alguien me sigue.
  
  Tu mirada azul celeste reflejaba la angustia más aún que la voz con que me lo pedías. Fue imposible negarse a tal petición, e hice que me siguieras por la primera calle estrecha que encontramos a la derecha. No me importó empaparme de agua, mientras tu mano asía la mía con fuerza y corríamos chapoteando los charcos de la acera. Miré hacia atrás y vislumbré a nuestro perseguidor acelerar el paso al girar la esquina. Estaba claro que nos seguía.
  No encontramos comercio abierto por aquella calle, lo que dificultaba más las cosas y comencé a notar como te agotabas. El esfuerzo, la lluvia y el frío hacían mella en tu frágil físico y procuré esconderte tras la valla de un pequeña obra, esperando que la rafia negra nos cubriera del hombre que nos perseguía.
  Fueron cuarenta segundos que parecieron minutos, mientras permanecíamos agazapados, escuchando la furia del agua al caer, calados hasta los huesos, rezando para que aquel hombre pasara de largo.
  No lo hizo y, finalmente, la valla se abrió con estrépito y supe que no me quedaba más remedio que enfrentarme a él. Cargué con todas mis fuerzas, pero estaba prevenido y logró esquivarme con facilidad, propinándome un buen golpe en la nuca. Caí de boca contra el suelo mojado. Sentí como se echaba encima mío y me inmovilizaba. 
  De repente, la presa aflojó y su peso me aplastó contra las baldosas sucias. Pude verte blandiendo una pala, respirando con dificultad y entendí lo que acababa de pasar.
  Con un esfuerzo me lo quité de encima y tú soltaste la pala, te dejaste caer sobre las rodillas y comenzaste a llorar. Me incorporé frente a ti. Tenía algo que decirte. La oscuridad de la obra hacía que el agua de tu rostro pareciera más oscuro, ocultando todo salvo tus ojos azules.

    • Ha estado cerca.
    • Sí.
    • Creo que he de darte las gracias. Ese policía casi me pilla.


  Tardaste unos segundos en entender mis palabras. Demasiados. Ahogué tu grito antes de que se produjera, mientras asimilabas que acababas de sacrificar a tu salvador.
@Bombicharmer

domingo, 11 de diciembre de 2016

Por ellos


                                      Por ellos
                                                                             Adrián González de Luis


La mente de Gonzalo bullía golpeada casi siempre por las mismas palabras del padre al que apenas recordaba. Ni una sonrisa, ni un abrazo cálido, ni un sacrificio por la felicidad de su hijo.
  • Tú mataste a tu madre.”

Palabras que retumbarían en la mente de Gonzalo cada día de su vida, persiguiéndole sin posibilidad de escapatoria. Grabadas a fuego en la memoria. En torno a las que giraban los recuerdos de niño que aún era.

  • Tú mataste a tu madre.”

De forma cansina se lo recordaba cada poco tiempo, mientras el muchacho rumiaba la culpa en la que viajaba montado cada día. Culpa que había intentado compensar siendo el hijo modelo que un padre hubiera soñado, colaborando en casa, guardando silencio sin pedir nada para él y destacando en los estudios.
De alguna forma, y a sus trece años, había adoptado la amargura del progenitor como suya y guardaba pocos amigos. Nadie se metía con él en el instituto, pero su lejanía le hacía un chico poco cercano y taciturno. Así era su vida.
El viento olía a pino viejo, a monte en el borde del abismo de roca en el que se encontraba; pero también a soledad, pérdida y remordimiento. Amaba a su padre, que le había criado, cuidado en los momentos de enfermedad y proporcionado todo lo que necesitaba para crecer. Le amaba a pesar de la falta de cariño, del aparente desprecio con el que le trataba a veces y de aquellas palabras que tanto le dolían.

  • Tú mataste a tu madre.”

También a ella la amaba, aunque no la pudiera recordar. La que murió al nacer Gonzalo, de la que no había fotografías en casa. Pero el niño guardaba la sonrisa de una vieja imagen que sí pudo coger del hogar de la abuela. Era bella, posiblemente única, y por eso comprendía más al padre.
Fue el amor el que empujó al chico a hacer lo que hizo. El cuerpo de su progenitor yacía más allá de donde alcanzaba su vista. En el fondo del precipicio. El amor por la mujer de la fotografía, por aquel hombre triste y, a veces, cruel. Fue el amor el que movió sus brazos empujando la tristeza al barranco, provocando el reencuentro de los dos enamorados y compensando así el primer y fatal acto cometido en su vida.
Por amor a su padre. Por amor a su madre. Por ellos.

@Bombicharmer