miércoles, 5 de agosto de 2015

El tiempo y el escritor



  El tiempo es algo que nunca perdona. Da lo mismo las excusas que pongas a la hora de dejar de realizar la labor que quieras, incluso de que te convenzas a ti mismo que no importa esperar y que puedes dejarlo para más adelante.
  Es inmisericorde con quien lo malgasta. Con quien lo infravalora. Se ríe en silencio, con esa sonrisa del que sabe que lleva las de ganar, consciente de que aquellos que no le toman en serio terminarán pagando su osadía.
  Y todos terminamos sabiendo que esto es así en un momento u otro.
  Dejar las cosas para más adelante tiene un nombre feo que algunos odian. Procrastinar. Un verbo de esos que señalan y condenan a quienes sabemos que abusamos de su significado, pero que baña de realidad una forma de no hacer lo que, de forma paradójica, nos gustaría estar haciendo. Y eso nos castiga y llena de dudas la mayoría de veces.
  Como un servidor no conoce muchos mundos se centra en el que sí conoce, que es en el de la escritura. He aquí que muchos escritores se quejan de su propia procrastinación como si de un ser vivo se tratara, capaz de devorar las horas de forma inútil sin permitir que el protagonista las aproveche. Por mucho que nos duela no es un ningún demonio llamado a obstruir nuestra senda de creación. Es nuestra propia actitud.
  Y es una actitud alimentada por otros demonios que sí existen, más personales y perjudiciales, procedentes de nuestra propia debilidad, de nuestras dudas, nuestros vacíos.
  En ocasiones, creemos que si el arte no sale espontáneo no vale, como si crear fuera incompatible con el esfuerzo y el trabajo y, cuando la fluidez que esperamos no nos visita, nos desanimamos y dudamos de nuestra capacidad. Es un error que puede provocar entrar en un bucle sin final, porque cuanto más dudemos de nuestra capacidad menos confiaremos en lo que hacemos; y sin confianza es mucho más difícil crear.
  Muchas grandes obras se han realizado bajo presión a partir de una exigencia contractual. Se han escrito porque había que escribirlas y han triunfado.
  Se trata de trabajar, de exprimir la magia que llevamos dentro y obligarla a salir de su escondite.
  Amigo y amiga escritor o escritora. No se te ha olvidado escribir, ni se te han agotado las palabras. Tal vez deberías mirar en la motivación que te llevó a crear lo que creaste y que abandonaste sin ser consciente de ello. No culpes a la hoja en blanco ni a las circunstancias. Ellas no tienen la culpa de que el tiempo sonría cuando te observa. Él sabe bien que tiene ganada la batalla si no peleas contra ti mismo.
  Es in misericorde y veloz.
Y no piensa perdonar.

@Bombicharmer

domingo, 8 de febrero de 2015

Un baño de realidad

  Con la auto publicación, el mundo literario se ha expandido de una forma que algunos califican de peligrosa. El hecho de que cualquiera pueda publicar, promocionar su obra en las redes y llegar a los confines de la tierra con ella, abre un abanico de posibilidades infinito para los que creen que tienen algo que mostrar al mundo.
  Debo admitir que, en contra de lo que muchos aseguran, no estoy tan seguro de que esto se malo o bueno. Entre los que optan por auto publicarse hay grandes talentos e historias que merecen la pena ser leídas. Por contra, ser publicado por una editorial con nombre no garantiza ni calidad ni riqueza en la historia. Tan solo que, por la corriente lectora del momento, dicha editorial considere que el producto pueda tener mercado.
  Vivimos en la época de la supervivencia. La posibilidad de que una inversión resulte productiva es la primera opción a tener en cuenta para un editor y, aunque no me parezca justo para muchos escritores, hay que
comprenderlo.
  La contrapartida es que, entre los muchos que optan por auto publicar, se cuelen cantidad de bodrios infumables e indignos de ser leídos. El problema llega cuando queremos filtrar lo que merece la pena de lo que no. Existen pocas herramientas para hacerlo, pero las hay.
  Una de ellas, importantísima, son los blogs de lectura donde, un lector o lectora concreta, da su versión crítica de la obras que va leyendo. Admitamos que los gustos son siempre subjetivos, se trate de quien se trate, pero ésta es una forma más o menos fiable de tomar contacto con los escritos que no conocemos.
  He de admitir que, en mi caso, jamás pedí una reseña a blog alguno. Tal vez porque me dio corte mendigar una opinión, o porque siempre me he visto como un grano de arena más en el desierto, y he creído que las cosas deben surgir por sí solas. Verlía tuvo cinco reseñas de su primera parte y todas de personas que lo leyeron antes de forma voluntaria. No sé si seré un bicho raro, pero así me ha ido con las ventas.
  El caso es que, si algo debe respetar por encima de todas las cosas quien escribe, es al lector. Si alguien tiene la deferencia de leer tu obra, debes respetar su opinión, aunque ésta sea negativa. Y esto incluye a los administradores y administradoras de los blogs literarios.
  No parece que muchos piensen de esta forma. Hoy en día, los blogs guay y con seguidores son aquellos que hablan maravillas de todo cuanto cae en sus manos y leen. Los ataques furibundos a los blogs más críticos han proliferado en forma de quejas, amenazas y ninguneo. Pretendemos que el filtro se haga con los demás, pero nunca con nuestra obra.
  Al parecer, si regalas un libro para ser criticado, estás comprando a quien se lo regalas. No se pueden hacer críticas negativas de nada o caes en desgracia.
  Ningún libro de la historia ha gustado a todo el mundo. Ninguno. Yo lo he comprendido desde un primer momento y, a pesar de que algunas cosas que me han dicho me han dolido, siempre las he recibido como un baño de realidad que me han provocado una mirada hacia dentro. Porque la perfección no existe en uno mismo y, por lo tanto, tampoco en cuanto tengamos que llevar a cabo.
  El ego, aunque nos cueste admitirlo, destruye. Destroza el entorno, ensucia las líneas que escribimos y acaba con la inocencia del que, de verdad, tan solo busca compartir historias.
  ¿Y sabéis cuándo pasa esto? Cuando la historia es lo de menos y, en realidad, a quien vendemos es a nosotros mismos. Esa es la clave.

@Bombicharmer

domingo, 25 de enero de 2015

Lo que los cómics no nos cuentan

 Érase una vez un lobo bueno cuyo pelo rojo era objeto de deseo de una niña mala que lo quería para hacerse una capucha. La pequeña le perseguía por el bosques sin miramiento alguno, armada con una daga curva que le había regalado su hermano Aladdin. 
 El pobre lobo. agotado, intentó refugiarse en una casa construida con azúcar. En su interior halló a dos hermanos que, en ese momento, se encontraban dándose un banquete con los sesos de siete enanitos, a los que antes engordaron con azúcar de caña, porque eran estreñidos y les gustaba la fibra. Éstos, de tanto comer cerebros, se habían vuelto zombis inteligentes y lograron engañar al pobre lobo para que entrara en una celda con barrotes de adamantium.
 Mientras tanto, la niña (que era vikinga y bruja mala) se transformó en viejecita entrañable para engañar a los hermanos y poder acceder a la pelambrera del desdichado canino.
 Pero los zombis resultaron ser demasiado inteligentes y calaron a la niña malvada, por lo que ella decidió transformarse en dulce princesa mas, al coserse el vestido, que venía con defecto en el conjuro, se pinchó con la aguja de una rueca y se durmió, pues se volvió más vaga que el logopeda de un presidente del gobierno.
 Fue entonces cuando apareció un príncipe encantador y pervertido que, al verla dormida e indefensa, le tocó el pecho izquierdo y se transformó en sapo.
 El sapo se fue dando saltitos hasta colarse por unos barrotes en la celda del lobo que, aunque bueno, tenía hambre, pues no podía comer azúcar de caña por ser diabético, lo que cabreaba mucho a los zombis. El lobo, con todo su pesar, se comió al sapo sin saber que, en realidad, era un príncipe. El encantamiento se rompió y el lobo se convirtió en hombre, arrancó los barrotes de la celda y se los colocó en las manos, convirtiéndose en Wolverine.
 Éste, y no otro, es el verdadero origen de los X-men. 

@Bombicharmer