Por
ellos
Adrián
González de Luis
La
mente de Gonzalo bullía golpeada casi siempre por las mismas
palabras del padre al que apenas recordaba. Ni una sonrisa, ni un
abrazo cálido, ni un sacrificio por la felicidad de su hijo.
-
“Tú mataste a tu madre.”
Palabras
que retumbarían en la mente de Gonzalo cada día de su vida,
persiguiéndole sin posibilidad de escapatoria. Grabadas a fuego en
la memoria. En torno a las que giraban los recuerdos de niño que aún
era.
-
“Tú mataste a tu madre.”
De
forma cansina se lo recordaba cada poco tiempo, mientras el muchacho
rumiaba la culpa en la que viajaba montado cada día. Culpa que había
intentado compensar siendo el hijo modelo que un padre hubiera
soñado, colaborando en casa, guardando silencio sin pedir nada para
él y destacando en los estudios.
De
alguna forma, y a sus trece años, había adoptado la amargura del
progenitor como suya y guardaba pocos amigos. Nadie se metía con él
en el instituto, pero su lejanía le hacía un chico poco cercano y
taciturno. Así era su vida.
El
viento olía a pino viejo, a monte en el borde del abismo de roca en
el que se encontraba; pero también a soledad, pérdida y
remordimiento. Amaba a su padre, que le había criado, cuidado en los
momentos de enfermedad y proporcionado todo lo que necesitaba para
crecer. Le amaba a pesar de la falta de cariño, del aparente
desprecio con el que le trataba a veces y de aquellas palabras que
tanto le dolían.
-
“Tú mataste a tu madre.”
También
a ella la amaba, aunque no la pudiera recordar. La que murió al
nacer Gonzalo, de la que no había fotografías en casa. Pero el niño
guardaba la sonrisa de una vieja imagen que sí pudo coger del hogar de
la abuela. Era bella, posiblemente única, y por eso comprendía más
al padre.
Fue
el amor el que empujó al chico a hacer lo que hizo. El
cuerpo de su progenitor yacía más allá de donde alcanzaba su
vista. En el fondo del precipicio. El amor por la mujer de la
fotografía, por aquel hombre triste y, a veces, cruel. Fue el amor
el que movió sus brazos empujando la tristeza al barranco,
provocando el reencuentro de los dos enamorados y compensando así el
primer y fatal acto cometido en su vida.
Por
amor a su padre. Por amor a su madre. Por ellos.
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