viernes, 23 de diciembre de 2016

Lluvia negra


                                                  Lluvia negra

                                         Adrián González de Luis


    

   La noche no invitaba a caminar. Una lluvia terca e insistente se empeñaba en maltratar a aquellos que lo hacían, y las noticias sobre ataques a mujeres y desapariciones misteriosas en la zona mantenían las calles aún más vacías que de costumbre.
  Fue entonces cuando te vi a lo lejos, enfundada en tu anorak, con paso acelerado y mirando de soslayo tras de ti. A unos cincuenta metros por detrás un hombre caminaba a paso vivo. Observé como acelerabas el paso cuanto te permitían los finos tacones de tus zapatos, nerviosa. Sentí como el miedo dirigía cada uno de tus movimientos. Ya, cerca del portal donde me encontraba refugiado, intentaste sacar algo de tu bolso. La urgencia hizo que el teléfono móvil se te cayera, rebotando contra el suelo y yendo a parar justo a mis pies. Hubiera sido una gran falta de educación por mi parte no recogerlo.

    • Tome señorita. Parece que va un poco sofocada.
    • ¿Puede ayudarme, por favor? Creo que alguien me sigue.
  
  Tu mirada azul celeste reflejaba la angustia más aún que la voz con que me lo pedías. Fue imposible negarse a tal petición, e hice que me siguieras por la primera calle estrecha que encontramos a la derecha. No me importó empaparme de agua, mientras tu mano asía la mía con fuerza y corríamos chapoteando los charcos de la acera. Miré hacia atrás y vislumbré a nuestro perseguidor acelerar el paso al girar la esquina. Estaba claro que nos seguía.
  No encontramos comercio abierto por aquella calle, lo que dificultaba más las cosas y comencé a notar como te agotabas. El esfuerzo, la lluvia y el frío hacían mella en tu frágil físico y procuré esconderte tras la valla de un pequeña obra, esperando que la rafia negra nos cubriera del hombre que nos perseguía.
  Fueron cuarenta segundos que parecieron minutos, mientras permanecíamos agazapados, escuchando la furia del agua al caer, calados hasta los huesos, rezando para que aquel hombre pasara de largo.
  No lo hizo y, finalmente, la valla se abrió con estrépito y supe que no me quedaba más remedio que enfrentarme a él. Cargué con todas mis fuerzas, pero estaba prevenido y logró esquivarme con facilidad, propinándome un buen golpe en la nuca. Caí de boca contra el suelo mojado. Sentí como se echaba encima mío y me inmovilizaba. 
  De repente, la presa aflojó y su peso me aplastó contra las baldosas sucias. Pude verte blandiendo una pala, respirando con dificultad y entendí lo que acababa de pasar.
  Con un esfuerzo me lo quité de encima y tú soltaste la pala, te dejaste caer sobre las rodillas y comenzaste a llorar. Me incorporé frente a ti. Tenía algo que decirte. La oscuridad de la obra hacía que el agua de tu rostro pareciera más oscuro, ocultando todo salvo tus ojos azules.

    • Ha estado cerca.
    • Sí.
    • Creo que he de darte las gracias. Ese policía casi me pilla.


  Tardaste unos segundos en entender mis palabras. Demasiados. Ahogué tu grito antes de que se produjera, mientras asimilabas que acababas de sacrificar a tu salvador.
@Bombicharmer

2 comentarios:

  1. Como se suele decir, en la noche todos los gatos son pardos. Genial relato. Un saludo

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  2. Muy buen aporte, pues te captura inmediatamente con un escueto y directo relato, el cual no abunda en detalles más de lo justo y necesario, que facilita seguir la trama de manera cautivante y te deja con las ganas de añorar las siguientes partes para lograr un enlace con una conclusion más enigmática que llene nuestras expectativas a plenitud.
    Muchas gracias por este tributo al arte

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